Desde entonces, la Virgen del Rosario acudirá puntual a la cita. La cristiandad peligra. Aguas de Lepanto. Amanecer del 7 de octubre de 1571. Los soldados de Juan de Austria desgranan las cuentas de sus rosarios. Se va a iniciar la memorable batalla. Triunfo cristiano. San Pío V instituye la fiesta de Santa María del Rosario en acción de gracias por la victoria. Años adelante, Carlos VI derrota a los turcos en Hungría y levanta el asedio de Corfú. Mientras, los cofrades del Rosario, en Roma y otras ciudades, invocaban a María. Clemente XI extiende la fiesta a la Iglesia universal en 1716.

En nuestros días, el hombre ensoberbecido por adelantos técnicos y progresos científicos, pretende hacerse dios. La Virgen, enarbolando el rosario, aparece en Lourdes y Fátima. Quiere salvar de nuevo al mundo, no de turco o albigenses, sí, de la esclavitud de orgullo, gula, dinero o impureza. Una juventud descreída que niega, no la Virginidad o Maternidad Divina de María, sino su dulce presencia en la tierra irradiando amor y generosidad. La Iglesia, cada bautizado, debe iniciar mirando a María una epopeya de amor en la tierra, que arrastre a los hombres a evangelizar de nuevo con energía y paciencia un mundo a espaldas de Dios.

Padre Morales

REVISTA HÁGASE ESTAR, número 288, 2014